Que Erasmo había tomado buena nota de las lecciones aprendidas durante sus escarceos cortesanos y que comenzaba a comprender las ventajas de una fama literaria que iba a cobrar tintes legendarios queda claro durante la segunda década del siglo XVI, cuando sabrá hacerse acreedor del apoyo y de la protección de lo más granado de la rama seglar de la aristocracia y de la monarquía europeas —Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, el emperador Carlos V— y de la religiosa —Julio II, León X y Clemente VII entre ellos—. En cualquier caso, esta protección estuvo marcada por altibajos y, durante las dos últimas décadas de su vida, por situaciones que pusieron paulatinamente la pretendida imparcialidad del Roterodamo al límite.
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A la altura de 1514, un joven Juan Luis Vives, publicaba un par de tratados que le llevarían a granjearse la amistad y la admiración de Tomás Moro y de Erasmo de Rotterdam. No podía ser de otra manera, el Vives se situaba con estos escritos en la línea que tanto habían interesado al inglés y al holandés y en una de las vetas más importantes de la literatura satírica redactada por humanistas durante el primer tercio del siglo XVI: el ataque a la escolástica, tanto a su forma de enseñanza como a la metodología subyacente en su búsqueda de certezas.
Sin embargo, en el Veritas fucata —la verdad pintada, en castellano—, se encuentran pasajes que se dirigen igualmente contra la disimulación y la preceptiva retórica que coadyuvaba durante el periodo a la formación de cortesanos. Más aún, la preceptiva de una retórica que sirviera para marcar las distancias contra las verdaderas ideas, para ocultarse y defenderse de los posibles ataques motivados por la heterodoxia, por el ansia de ocultar la sed de poder, o por la simple voluntad de medrar en un contexto social y políticamente complicado. El texto de Vives no es únicamente un pletórico manifiesto de juventud, sino que también es una de las muestras más claras del humanismo combativo pre-luterano. Antes de que Lutero llevara al límite el movimiento, convirtiéndolo en la vía primordial para sobrepasar la teología escolástica, y para atacar la lectura perversa que el papado romano había hecho del Evangelio. En Vives, la defensa de la verdad es todavía retórica, todavía permanece cubierta por una densa capa de erudición que aligera un estilo que únicamente puede achacarse a su juventud. He aquí uno de los más hermosos textos de la época:
La verdad tiene a su vez una lengua más elocuente. Cuando habla, todo lo demás permanece en silencio, ya que sus palabras son las palabras de la vida eterna. Nada más eloquente, nada más fluido, nada más dulce, más melodioso, nada. Aquella lengua es la pluma del veloz escriba del que antes hablaba. Su voz es clara, gentil, sonora, sublime, dulce al oído, nada hay en ella de horrible, de rudo, de triste; enseña a todo el mundo lo que debe hacer; y mueve el mundo su sonido y los cielos y los elementos responden, y las bestias más feroces son dóciles y permanecen quietas. La han llamado los pies del tiempo, porque cuando no es requerida viene a nosotros a tiempo. En sus pies tiene inscrito un pasaje de Cicerón: “El tiempo destruye las patrañas de la opinión.” También es de hermosísima espalda, pero no puede compararse a su rostro y a su pecho. Dícese que proviene de la boca del Altísimo, nacida antes que cualquier criatura.
Sabes bien que agentes contrarios entre sí producen cosas contrarias y opuestas. Así el Demonio, enemigo de Dios y de los amigos de Dios, parió una hija, la más pecadora, enemiga y adversaria de la verdad. Ha sido llamada por algunos simulación, otros la han llamado disimulación, otros fraude, otros impostura, otros ficción, otros, mala fe, y otros, más convenientemente, falsedad. No era una mujer, no era un hombre, no era de nuestra raza, sino un horrible y tremendo monstruo, sin pies, sin cabeza, un cuerpo vacío sin sustancia. Tenía una pierna contraída que llegaba a su ombligo, con la que se movía más despacio que Calípides, de donde proviene el adagio popular: “Se coge antes a un mentiroso que a un cojo.” Al contacto del calor y la luz de la verdad, se derritió y evaporo a un tiempo. Llevaba inscrito en su pecho la imagen de su abominable padre, mostrando la inscripción: “Éste es un mentiroso y mi padre.” En su pecho podía leerse este elogio del monstruo: “Cruel plaga de las naciones y del mundo.”
Pero gran número de aquellos nacidos de la raza de los espíritus malvados, que disfrutó grandemente en aquel cuerpo vano, se perturbaron de tal manera ente la visión de la verdad que el pelo de sus cabezas se les puso rígido como el del erizo. Y cuando su Autor y Padre les ordenón que alabaran la verdad, que amaran la verdad, que la contemplaran, la veneraran y la siguieran, decidieron pintarla de falsedad consanguínea para no tener que soportar su cara pura y resplandeciente sin la mediación de un velo, temiendo que sus débiles ojos, y obtusos, pudieran cegarse ante su brillo. Así la recibieron no adornada, sino deformada y en verdad quejosa.
Escucha a la verdad así pintada, que de este modo hablaba quejosa: “Iba a hablar de grandes cosas y mis labios se abrirán de manera que puedan proclamar lo correcto. Mi garganta hará resonar la verdad y mis labios detestarán a los impíos; todas mis palabras son justas; no hay nada vergonzoso ni perverso en ellas. Fui creada desde la eternidad y mucho antes que la tierra; aún no existían las profundidades marinas cuando fui concebida ni las fuentes de agua habían comenzado a manar, ni aún las montañas se habían formado. Antes que las colinas se me parió; todavía no había hecho la tierra, o los ríos o los límites del mundo; cuando estaba preparando los cielos, yo estaba allí, cuando rodeó el abismo con un círculo y fijó su límite, cuando le dio contornos al mar e impuso su límite a las aguas para que no los excedieran, cuando dio sus cimientos a la tierra estaba con Él poniendo todo en orden y lo deleitaba día a día, siempre jugando en su presencia…”
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J. L. Vives, Early Writings. De initiis sectis et laudibus philosophiae · Veritas fucata · Anima senis · Pompeius fugiens, Introduction, Critical edition, translation and notes edited by C. Matheeusen, C. Fantazzi, and E. George, Leiden: E. J. Brill, 1987. Se trata de una edición bilingüe latín-inglés. El texto aquí presentado es una traducción del texto latino, pp. 70, 72 y 74.
Parece que estos días únicamente se me da por escribir acerca de recursos en Internet y bases de datos, pero lo cierto es que el panorama ha estado un poco movido. Redacto esta entrada porque la semana pasada me encontré con una situación en el blog de [Enrique Dans](http://www.enriquedans.com/2008/04/britannica-sigue-intentandolo.html) que yo mismo estaba sufriendo, que era el retraso de mi subscripción a un nuevo servicio ofrecido por la empresa, llamado [Britannica webshare](http://britannicanet.com/).
Como bien comentaba Enrique en su blog, los chicos de la *Enciclopedia Británica* se han dado cuenta de que los resultados de búsqueda de su servidor en comparación con los de la [Wikipedia](http://es.wikipedia.org/wiki/Portada) era ínfimos. Una de las muchas constataciones de que los modelos de mercado en Internet no pasan ya por las suscripciones online o por el pago mensual o anual de una cuota —creo que la *Enciclopedia Británica* en concreto, salía al año en unos 70 dólares—, sino por la creación de contenidos abiertos y de fácil acceso sostenidos o por la publicidad, o por una comunidad tan activa como la que tiene la ya mencionada wikipedia.
¿Qué es el servicio [Britannica webshare](http://britannicanet.com/)? Es la manera —poco original, en realidad— que se le ha ocurrido a la empresa para recortar algo la distancia con su máximo competidor. Mantendrán los precios para la subscripción de particulares, pero a los que publicamos en red o administramos páginas, nos ofrecen una subscripción gratuita para que la usemos sin restricciones y establezcamos vínculos con ella. En su momento cubrí la subscripción y me ha llegado una invitación a usarla gratis durante un año, y la insistencia en todo el proceso sobre el año me hace sospechar que pasado este intentarán cobrar para el siguiente.
No creo que la use demasiado. ¿Por qué? En primer lugar porque no voy a defender un contenido cerrado frente a uno abierto y público, aunque está claro que si *Britannica* me ofrece un contenido mejor y más adecuado sobre el tema que esté tratando, voy a establecer el vínculo correspondiente. En segundo lugar, a pesar de la fama que la *Encyclopædia Britannica* ha acumulado con los años, muchos de sus artículos —sobre todo por lo que toca a la historia del Renacimiento y de la Edad Media— necesitan una seria revisión y remozamiento de fuentes y referencias.
Por lo demás, me ha llegado la suscripción y llevo usándola un par de horas. Su funcionamiento, en una primera impresión, me ha decepcionado bastante. No me gusta cómo referencia, no me gusta cómo indexa y no me gusta lo lenta que es. Me encantaría ver el índice mucho más claro y no tener «efectos acordeón» por doquier, esto me distrae y no me permite pensar detenidamente , por ejemplo, si comparto la estructuración de la materia que estoy consultando.
Debo reconocer que nunca he sido un gran entusiasta del uso de Enciclopedias —no se me verá gritando angustiado por las noches que aparezca una Espasa online—. Creo que el desarrollo de los contenidos pasa por la absorción de fuentes específicas y por el rescate de muchas olvidadas. En ese sentido, tanto la wikipedia como la *EB* tienen un serio problema: conciben cualquier contenido histórico como un contenido estático. Entramos aquí en la discusión acerca de lo que algunos llaman el «[efecto google](http://education.guardian.co.uk/librariesunleashed/story/0„2275375,00.html)», es decir, el uso para la fundamentación de las enciclopedias de los materiales contenidos en el archimotor sin prestar atención a otros motores de búsqueda académicos que se van implantando en las universidades de medio mundo.
La lucha contra el efecto google es un fenómeno que se ha comenzado a dar recientemente en las universidades británicas, en donde muchos de los docentes se han percatado de que las generaciones que han crecido con Internet son incapaces, llegado cierto punto, de descartar una mala de una buena información. Como me decía un alumno hace tiempo: «basta que esté contrastada y que contenga vínculos suficientes», y en realidad no basta. Existe un infinito número de fuentes de información que distan mucho de estar disponibles en Internet. Algunas de ellas, aunque ya digitalizadas e indexadas, se encuentran en sitios que requieren un acceso previo pago o institucional: me refiero ante todo a [Jstor](http://www.jstor.org), [Archives Hub](http://www.archiveshub.ac.uk), [Blackwell](http://www.blackwell-sinergy.com), [Ingenta](http://www.ingentaconnect.com/), [Swetswise](https://www.swetswise.com/) o [Periodicals Index Online](http://pio.chadwyck.co.uk), sólo por mencionar algunas en el ámbito anglosajón e importantes para el ámbito de las humanidades. El acceso cerrado no es, sin embargo, el mayor problema, hay otros de mayor magnitud que suponen una gran dificultad a la hora de educar a la gente en el uso de estas herramientas:
1. *No están centralizadas*. Precisamente por su carácter cerrado y comercial no permite una búsqueda centralizada de todas ellas, a pesar de motores como [Scopus](http://www.scopus.com/scopus/home.url) y de inciativas muy de mi agrado como [CiteUlike](http://www.citeulike.org/), sus capacidades de búsqueda no son de relevancia todavía
1. *Sus repositorios no están completos*. No existe la base de datos perfecta, pero todas ellas tienen carencias que son difícilmente subsanables. Jstor está en inglés, de modo que obvia prácticamente cualquier revista escrita en otra lengua —parece que ahora ya empiezan a añadir algunas—, y en casos italianos o franceses, pasa exactamente lo mismo. La evolución de una disciplina, y más cuando esta es histórica, no puede ser monolingüe.
1. *Es imposible realizar búsquedas semánticas*. De momento, las búsquedas en tales motores sólo permiten realizar búsquedas mediante palabras clave —i. e., “autor”, “título”, “resumen”, “texto completo”—, lo que complica enormemente buscar en distintos idiomas, o buscar por problemas que no pueden sujetarse a un puñado de palabras. Este problema me ha ido convirtiendo con el paso del tiempo en una cada vez mayor detractor del uso de pdfs digitalizados en red, pero esa es otra historia de la que me ocuparé, como corresponde, en otra entrada.
1. *Dónde están los libros*. El último problema es que este tipo de motores no suelen incluir libros:
>* Existen, es cierto, iniciativas como [Questia](http://www.questia.com/) que permiten buscar en artículos, libros, entradas enciclopédicas y demás. Su precio no es excesivo y ofrecen algunas obras que o son difíciles de encontrar o excesivamente caras. [Taylor & Francis](http://www.ebookstore.tandf.co.uk/html/index.asp) ofrecen crear para el usuario una especie de “superlibro” con todos los artículos, capítulos y libros completos que necesites, una idea interesante, aunque bien pensado, quién quiere un pdf de 26.000 páginas.
>* Por supuesto que todos estamos a la espera de [Google Scholar](http://scholar.google.com/) y su digitalización de todos los libros jamás publicados, junto con [Google Books](http://books.google.es/), pero de momento los resultados no entran en lo esperado.
En definitiva, de momento tendremos que seguir utilizando todos estos motores y un puñado más, seguir yendo a la biblioteca, recurriendo a préstamos interbibliotecarios eternos, comprar libros en [abebooks](http://www.abebooks.com/) y esperar que llegue un día en que cuando alguien decida hacer una tesis, la recopilación de la información se haga por Internet en un par de simples pasos…
Volviendo al tema de partida, en caso de que tenga nuevas impresiones acerca de la *Encyclopædia Britannica* las iré añadiendo en comentarios a esta misma noticia.