A la altura de 1514, un joven Juan Luis Vives, publicaba un par de tratados que le llevarían a granjearse la amistad y la admiración de Tomás Moro y de Erasmo de Rotterdam. No podía ser de otra manera, el Vives se situaba con estos escritos en la línea que tanto habían interesado al inglés y al holandés y en una de las vetas más importantes de la literatura satírica redactada por humanistas durante el primer tercio del siglo XVI: el ataque a la escolástica, tanto a su forma de enseñanza como a la metodología subyacente en su búsqueda de certezas.
Sin embargo, en el Veritas fucata —la verdad pintada, en castellano—, se encuentran pasajes que se dirigen igualmente contra la disimulación y la preceptiva retórica que coadyuvaba durante el periodo a la formación de cortesanos. Más aún, la preceptiva de una retórica que sirviera para marcar las distancias contra las verdaderas ideas, para ocultarse y defenderse de los posibles ataques motivados por la heterodoxia, por el ansia de ocultar la sed de poder, o por la simple voluntad de medrar en un contexto social y políticamente complicado. El texto de Vives no es únicamente un pletórico manifiesto de juventud, sino que también es una de las muestras más claras del humanismo combativo pre-luterano. Antes de que Lutero llevara al límite el movimiento, convirtiéndolo en la vía primordial para sobrepasar la teología escolástica, y para atacar la lectura perversa que el papado romano había hecho del Evangelio. En Vives, la defensa de la verdad es todavía retórica, todavía permanece cubierta por una densa capa de erudición que aligera un estilo que únicamente puede achacarse a su juventud. He aquí uno de los más hermosos textos de la época:
La verdad tiene a su vez una lengua más elocuente. Cuando habla, todo lo demás permanece en silencio, ya que sus palabras son las palabras de la vida eterna. Nada más eloquente, nada más fluido, nada más dulce, más melodioso, nada. Aquella lengua es la pluma del veloz escriba del que antes hablaba. Su voz es clara, gentil, sonora, sublime, dulce al oído, nada hay en ella de horrible, de rudo, de triste; enseña a todo el mundo lo que debe hacer; y mueve el mundo su sonido y los cielos y los elementos responden, y las bestias más feroces son dóciles y permanecen quietas. La han llamado los pies del tiempo, porque cuando no es requerida viene a nosotros a tiempo. En sus pies tiene inscrito un pasaje de Cicerón: “El tiempo destruye las patrañas de la opinión.” También es de hermosísima espalda, pero no puede compararse a su rostro y a su pecho. Dícese que proviene de la boca del Altísimo, nacida antes que cualquier criatura.
Sabes bien que agentes contrarios entre sí producen cosas contrarias y opuestas. Así el Demonio, enemigo de Dios y de los amigos de Dios, parió una hija, la más pecadora, enemiga y adversaria de la verdad. Ha sido llamada por algunos simulación, otros la han llamado disimulación, otros fraude, otros impostura, otros ficción, otros, mala fe, y otros, más convenientemente, falsedad. No era una mujer, no era un hombre, no era de nuestra raza, sino un horrible y tremendo monstruo, sin pies, sin cabeza, un cuerpo vacío sin sustancia. Tenía una pierna contraída que llegaba a su ombligo, con la que se movía más despacio que Calípides, de donde proviene el adagio popular: “Se coge antes a un mentiroso que a un cojo.” Al contacto del calor y la luz de la verdad, se derritió y evaporo a un tiempo. Llevaba inscrito en su pecho la imagen de su abominable padre, mostrando la inscripción: “Éste es un mentiroso y mi padre.” En su pecho podía leerse este elogio del monstruo: “Cruel plaga de las naciones y del mundo.”
Pero gran número de aquellos nacidos de la raza de los espíritus malvados, que disfrutó grandemente en aquel cuerpo vano, se perturbaron de tal manera ente la visión de la verdad que el pelo de sus cabezas se les puso rígido como el del erizo. Y cuando su Autor y Padre les ordenón que alabaran la verdad, que amaran la verdad, que la contemplaran, la veneraran y la siguieran, decidieron pintarla de falsedad consanguínea para no tener que soportar su cara pura y resplandeciente sin la mediación de un velo, temiendo que sus débiles ojos, y obtusos, pudieran cegarse ante su brillo. Así la recibieron no adornada, sino deformada y en verdad quejosa.
Escucha a la verdad así pintada, que de este modo hablaba quejosa: “Iba a hablar de grandes cosas y mis labios se abrirán de manera que puedan proclamar lo correcto. Mi garganta hará resonar la verdad y mis labios detestarán a los impíos; todas mis palabras son justas; no hay nada vergonzoso ni perverso en ellas. Fui creada desde la eternidad y mucho antes que la tierra; aún no existían las profundidades marinas cuando fui concebida ni las fuentes de agua habían comenzado a manar, ni aún las montañas se habían formado. Antes que las colinas se me parió; todavía no había hecho la tierra, o los ríos o los límites del mundo; cuando estaba preparando los cielos, yo estaba allí, cuando rodeó el abismo con un círculo y fijó su límite, cuando le dio contornos al mar e impuso su límite a las aguas para que no los excedieran, cuando dio sus cimientos a la tierra estaba con Él poniendo todo en orden y lo deleitaba día a día, siempre jugando en su presencia…”
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J. L. Vives, Early Writings. De initiis sectis et laudibus philosophiae · Veritas fucata · Anima senis · Pompeius fugiens, Introduction, Critical edition, translation and notes edited by C. Matheeusen, C. Fantazzi, and E. George, Leiden: E. J. Brill, 1987. Se trata de una edición bilingüe latín-inglés. El texto aquí presentado es una traducción del texto latino, pp. 70, 72 y 74.
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